sábado, 31 de enero de 2009

A mi abuela y a mi tía

2 DE FEBRERO DE 2007. CUMPLEAÑOS DE AIDA Y POLY

Me atrevo a dirigirme a ustedes porque así me lo ha pedido mi tía Aída, y aquí va mi relato. Como ya tengo edad para ello, aprovecharé la oportunidad para contar mi historia de esta familia, que obviamente es una parte importante de mi propia historia y de la de todos los que estamos aquí. Como saben, este año ha sido declarado de celebración de la memoria histórica. El 94 cumpleaños de Poly me mueve a situar mis palabras en esa memoria, pero tratando de recuperar el significado que los grandes acontecimientos (los que solíamos estudiar en el colegio como la “Historia”), han podido tener para nuestra propia familia y en particular para nuestras dos homenajeadas.

El relato no puede comenzar sin recordar a mis bisabuelos, Néstor y Mª Rosa (para mí, “abuela María”), y a su familia, los tíos Simón y Nestoro, y las hermanas de Poly, tía Pinocha, Bernarda, Mª Rosa, Lolita y Saro. No sé mucho de su infancia y su juventud, pero sí que algo muy intenso los mantuvo unidos siempre, y que ese ha sido su principal legado a todas las generaciones posteriores.

Probablemente son los años 20 de Poly los que quizás más hayan estado marcados por los acontecimientos que denominamos históricos, la II República, la Guerra Civil y la Posguerra, pues fueron los que pudo compartir con Domingo y en los que entre los dos construyeron la familia con sus cuatro hijos. De hecho, Aída nació un día como hoy del año 39 (el año que se dio por terminada la Guerra Civil), siendo probablemente el mejor regalo de cumpleaños que Poly ha podido tener en toda su larga vida. No me cabe la menor duda de que estos años marcaron a Domingo, que seguro que celebró la victoria republicana primero, pero que por su condición de republicano y socialista conoció el encierro en los campos de concentración de nuestra isla y en el Hospital San Martín. Pero también debieron marcar a Poly, que compartió con otras mujeres la condición de esposas de presos políticos teniendo que movilizarse juntas para conseguir que sus maridos no fueran maltratados en el encierro, al tiempo que asumían en soledad la atención de sus hijos e hijas.

Imagino que la Posguerra constituyó el periodo de mayor tranquilidad en la vida de mis abuelos. Después de la Guerra nació Luky y vinieron los años de San Cristóbal y de la casa de Alcalde Obregón, que percibo como espacios compartidos con los buenos amigos (especialmente los Padilla), con los demás niños del barrio y con buena parte de sus familias. Pero creo que la verdadera posguerra para Poly llegó cuando tuvo que reiniciar su vida sin Domingo. De golpe y porrazo, sin previo aviso, Poly tuvo que pasar a ejercer de madre y padre de sus hijos, asumir el trabajo de su marido y requerir el apoyo de la familia y los amigos para salir adelante.

Y en esa labor llegaron los años cincuenta, en los que de nuevo mi abuela tuvo que enfrentarse a un inesperado reto, al tener que trasladarse a Madrid con Aída huyendo de los elementos que aquí le impedían sobrellevar su asma. Poly y Aída llegan a Madrid justo coincidiendo con los inicios de un periodo de migraciones desde las zonas rurales de todo el país a las capitales, y en particular a Madrid, de modo que de nuevo participan a su manera en procesos de cambio que han sido importantes en nuestro pasado reciente.

No cabe duda de que este fue un acontecimiento central, sobre todo para mi tía Aída, a la que sus sobrinos conocimos en realidad como “nuestra tía la de Madrid”. También en los años cincuenta conocimos la otra cara de las migraciones en nuestro país, con la marcha primero de tío Juan y luego de la entrañable tía Saro y su hijo Juancho a Venezuela, creando un nuevo espacio de referencia para todos nosotros. Madrid y Venezuela hacen de mi abuela una abuela “viajera”, de lo cual yo presumía porque no era muy usual entre la gente de mi edad.

En Madrid Aída comienza una vida nueva, en la que se van sumando entrañables amigas que pasan a integrarse para siempre en nuestro paisaje familiar, comenzando por Luisa y Nena, siguiendo con sus hijos (Paloma, Belén, Oscar, Edelmiro) y los que, como Yiyo y Paco, comparten todos nuestros encuentros.

A finales de los años cincuenta el acontecimiento son los matrimonios de mi tío Arístides, que con Loly une a los Medina a nuestros destinos, y de mi propia madre con mi padre, con el que creo que esta familia pudo acercarse al entorno rural por sus vínculos con Valsequillo. En el 59 Poly cambia su condición, pasando a ser abuela con Mireya y ya sin parar hasta llegar a los 16 nietos con Oliver.

Los años sesenta, los del desarrollo económico y cierto optimismo en la vida social, nos instalan en La Laja, el espacio común de nuestra infancia y la juventud “ye-yé” y en algunas de las vacaciones en Arucas, en la finca de Manolo Cardona, donde celebramos la navidad hasta que nos dejó. Nos sumamos más nietos a Mireya: Aris, Ulises, Freya, Graciella, yo misma, Adolfo. A mediados de la década en Madrid Aída se encuentra con Carlos, que no tardó en convertirse en nuestro tío. Con él vinieron Pamplona, mamá Carmen y Anselmo, los Elso, los sanfermines y, por qué no decirlo, al cabo del tiempo, El Corte Ingles. Y sobre todo nuestros primos de Madrid: Elena, Carmen y Carlos.

En los setenta sigue aumentando la familia gracias a Marina y Luky, que nos traen a Raquel, Oscar, los gemelos Iván y Ruth, y finalmente al precioso Alexis y a Óliver. Aparece aquí durante algunos años Valsequillo en los inviernos, en el terreno de Arístides y Loly, donde jugábamos a entrar por puertas invisibles a habitaciones imaginadas. Ese sueño vino a hacerse realidad, curiosamente, con la casa también compartida de Manolo y Graciella. En esta década, en que llegó la crisis de la dictadura, empezaron a notarse los cambios en nuestra generación fruto del esfuerzo de nuestros mayores. Los nietos estrenamos los institutos públicos (estatales se llamaban entonces), como fruto de la política de igualdad de oportunidades que comenzó a impulsarse en el año setenta por vez primera en este país, y finalmente accedimos a la Universidad (tanto las chicas como los chicos, otra novedad en la historia familiar), sobreviviendo como podíamos a las dificultades económicas que conllevó la crisis del petróleo, que coincidió con la Transición y Adolfo Suárez (adorado por mi tía Aída).

En los años ochenta Poly experimenta algo que tuvo que ser especial: primero, poder votar en las convocatorias electorales democráticas al amparo de la Constitución del 78. Después, en el 82, ver al partido de su marido ganar las elecciones y disfrutar de un presidente del gobierno al que ella, a su manera, integró en la familia poniendo su foto dedicada entre las de los demás retratos familiares. Probablemente uno de los momentos más especiales de su vida en los últimos años tuvo que ser el haber podido conocer personalmente a Felipe González (les cuento que al día siguiente de estar con él me llamó a Tenerife para contarme su conferencia sobre la “globalización”: estaba privada).

Finalmente los noventa y hasta nuestros días a los nietos nos han relevado los bisnietos, primero con Conri y Miguel y hasta llegar a los veinte de los que hoy todos disfrutamos. Aída, gracias a su hija Carmen, se nos hace abuela de Paula y Alejandro (aunque ya había empezado a sentirse continuada con los hijos de su querida Juani).

En este tiempo también hemos ampliado nuestra presencia en otros lugares, instalando un cachito de la familia en Tenerife (lo siento, pero la vida es así). Tuvimos que abandonar La Laja y situarnos entre Las Canteras, San Cristóbal y La Moraleja. Hemos cambiado nuestras aficiones (ya no se juega al envite o al cinquillo, ni se siguen las regatas de vela latina, sólo algunos pocos van al fútbol, y a la generación ahora entrando en la madurez no nos ha dado por la cocina, como a nuestras madres). Ahora hemos entrado en el mundo del Bel Canto, gracias a Maribel y a su coro navideño de Carlos, Aris y Conrado, y hemos podido añadir a las esculturas de tío Juan los preciosos cuadros de Conrado y Freya.

En fin, haciendo este repaso por nuestras singularidades, queda la sensación de que no hemos parado de crecer, pero sobre todo de que sigue activo el legado que un día Poly heredó de sus padres, y al que Aída ha dado prioridad absoluta en su vida: que lo más importante es que a pesar de todos los cambios sigamos siendo la misma familia, con unos vínculos sin los cuales no seríamos capaces de afrontar nuestra vida. Todo esto es lo que me gustaría que retuviéramos en nuestra memoria de este día; el día del cumpleaños de Poly, del cumpleaños de Aída y de la celebración de nuestra historia compartida con ellas.

¡FELICIDADES!

1 comentario:

luisa dijo...

Hola Marta, la memoria hace que no se pierdan nuestras raíces, que sepamos de donde venimos, donde se asientan nuestros pies, nos explica a nosotras mismas. Hace más de 20 años que coincidimos en el 1º encuentro de mujeres de Andalucía.
MLuisa Balbín