miércoles, 25 de junio de 2008

Mi vida escolar

Siguiendo la sugerencia de Mills de que los trabajadores intelectuales no separen su trabajo de sus vidas y de que aprendan a usar la experiencia del trabajo intelectual para examinarla e interpretarla continuamente, me atrevo a presentar algunas notas biográficas en las que se cruzan las circunstancias personales con la trayectoria profesional. Mi interés profesional por la educación, el profesorado, el género y las políticas y modelos educativos está arraigado en mi propia historia personal.
Nací y crecí en Las Palmas de Gran Canaria, en donde permanecí hasta que me trasladé a La Laguna a iniciar los estudios en la Universidad, en 1979. El ambiente familiar estuvo siempre marcado por la sobrevaloración de la educación como garantía de un buen futuro, una expectativa que mis padres aplicaron indistintamente a su hijo y a sus dos hijas. Se trata de una familia cuyo origen arranca de la pequeña burguesía tradicional: mi madre, ama de casa, provenía del sector comercial urbano, y el empleo de mi padre fue en mi infancia de sastre en una empresa artesanal familiar, si bien terminó accediendo al trabajo asalariado en el sector de la banca a principios de los años setenta, en una trayectoria típica para muchos de los miembros de la pequeña burguesía en nuestro entorno, dado el devenir de la economía canaria, que sufre una profunda transformación desde los años sesenta orientándose hacia el sector terciario. Un proceso que en la isla de Gran Canaria se vivió de forma absolutamente acelerada e intensiva con la llegada del turismo.
Las expectativas en torno a la educación eran el resultado, en mis padres, de sus propias experiencias de abandono temprano del sistema educativo (por diferentes motivos, ninguno pudo completar la enseñanza secundaria). La aspiración de ascenso social para sus hijos, así como la mentalidad desarrollista y meritocrática en sus primeras versiones exaltada durante la década de los sesenta en nuestro entorno pusieron el resto. Fruto de este ambiente, los tres hijos en realidad fuimos lo que en el sentido común se cataloga de "buenos estudiantes": en mi caso, completé los estudios de Bachillerato en el Instituto de Tafira en Gran Canaria, y en el año 1979 ingresé en la entonces denominada Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de La Laguna.
Durante mi trayectoria escolar no universitaria tuve la oportunidad de acceder a dos tipos de experiencias bien diferentes: realicé los estudios de E.G.B. en dos colegios religiosos femeninos, para acceder a un instituto estatal en primero de B.U.P., formando parte de la primera promoción de estudiantes que resultó de la implantación de la Ley General de Educación de 1970. Ingresé en el Instituto justo un mes antes de que falleciera el dictador, de modo que los momentos más críticos de la Transición política los pasé en un centro educativo de titularidad estatal, donde este tipo de procesos afectaron intensamente al devenir de la vida cotidiana. En nuestro instituto no existían grupos organizados de estudiantes antifranquistas: se trataba de un centro creado precisamente al amparo de la implantación de la L.G.E., poco antes de mi ingreso en el mismo, y que estaba situado en las afueras de la ciudad de Las Palmas, acogiendo a la totalidad de la población estudiantil del centro de la isla, con un componente mayoritario vinculado al entorno rural; pero el profesorado estaba compuesto en más del 90% por interinos, de modo que durante mis cuatro años de permanencia en el centro vivimos intensamente las principales huelgas de los llamados entonces “PNNs” (“profesores no numerarios”).
El colectivo estudiantil empezó a movilizarse en el curso 77-78, participando en el conflicto por la implantación del denominado "numerus clausus" en las facultades de Medicina, así como en la reacción que en Canarias provocó el asesinato por la guardia civil de un estudiante lagunero en diciembre de 1977.
Se puede afirmar que estas experiencias conflictivas en la secundaria marcaron mis orientaciones intelectuales de tal modo que me llevaron a dar un giro radical: habiendo realizado el bachillerato de Ciencias, sin embargo opté por acceder a una carrera de Letras en la Universidad, y a una titulación (Pedagogía) en la que yo quería volcar todas las convicciones que había ido construyendo en las experiencias conflictivas del instituto, que habían generado una gran inquietud por la transformación de las estructuras y las prácticas educativas.

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